Monday, May 18, 2015

dos caminos hacia la vida eterna

 El Panteón
Roma


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Hay dos características que le son intrínsecas al ser humano desde el inicio de los tiempos y que no conocen ninguna frontera ni límite: La ambición de poder y la megalomanía que se apodera de todo aquel que lo consigue. Esta megalomanía es directamente proporcional al poder de la persona que la ostenta.
El ser humano es adicto al poder. El motor que hasta la fecha continúa impulsando la historia de la humanidad es la búsqueda, obtención y preservación del poder. No existe ninguna civilización ni actual ni pasada que escape a este principio. Cuando Maquiavelo puso en tinta por primera vez este concepto básico derivado de la observación y el sentido común, escandalizó a Europa, que aún se aferraba a creer que la historia de los hombres y las mujeres -vivos y muertos- de todas las épocas se había ido moldeando siguiendo elevados principios morales. Maquiavelo no inventó nada. Solo plasmó en "El Príncipe" una verdad tan cruda como evidente.
Las guerras y las religiones no son fínes en sí mismos sino meras instituciones al servicio del poder.
Esta eterna búsqueda del poder y del enaltecimiento personal no es una cuestión moral. Es una cuestión que se encuentrá más alla del biel y el mal. Es la naturaleza del ser humano. Solo eso. La moral es un concepto relativo como el resto de las ideas humanas -con excepción de aquellos enunciados que la ciencia nos va otorgando con el paso del tiempo-, por lo cual considero absurdo simplificar y reducir la historia a un burdo cuento de buenos y malos.
Nadie puede negar que innumerables monumentos históricos de la humanidad no son más que símbolos para representar la magnitud del poder del Estado: el Kremlin en Moscú, el Capitolio en Washington, el Palacio de Versalles en París o la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Lord Acton es recordado por haber acuñado esta frase: "El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". Los ejemplos están a la vista de todo aquel que quiera ver. Desde el monstruoso Palacio de Ceaucescu en Rumanía, hasta aquellos edificios que no pasaron de ser planos arquitectónicos ideados por individuos -absolutamente corrompidos- que intentaron construir edificios de una magnitud directamente proporcional a su ego y su locura. Tal es el caso del Palacio de los Soviets en Moscú o de la Germania, que Albert Speer ideó para Hitler.
A fin de cuentas creo que el arte -y por tanto la arquitectura- de los grandes monumentos de nuestra historia no son más que intentos de exhibir en una forma tangible, la magnitud del poder de sus constructores, quienes de esta forma aspiraban -y aspiran- a burlar a la muerte. O negarla, mediante el engaño de la vida eterna.
Mausolo, rey de Halicarnaso, ubicado en la actual Turquía, es recordado únicamente por el inmenso y majestuoso monumento que erigió para servir como su morada en la muerte. Mausolo le dio su nombre al Mausoleo, el cual por cierto ya no existe en la actualidad.
Evidentemente no fue el primer gobernante en diseñar y construir edificios que funcionaran como símbolos de su poderío y de su trascendencia después de la muerte.
La gran pirámide de Guiza (la unica de las siete maravillas del mundo antiguo que aun sigue en pie) es evidentemente uno de los monumentos más colosales y perfectamente construídos por el ser humano. Y es también la tumba del Faraón Keops -de la misma forma que sus dos compañeras menores lo son de Kefren y Micerinos.
El majestuoso templo de Abu Simbel -también egipcio- continúa siendo, tras casi cinco mil años de haber sido construido, el monumento tallado en piedra más grande del mundo. El monte Rushmore en Estados Unidos palidece ante la majestuosidad de Abu Simbel, que Ramsés II erigió como su templo y tumba a orillas del Nilo. En vida, su poderío era visible para todo aquel que navegara por el río y contemplara el templo. Tras su muerte se aseguraba la inmortalidad.
El Taj Mahal -esa "lágrima del Cielo" que cayó en la India- es también el Mausoleo en donde reside Mumtaz Mahal. La esposa favorita del emperador musulmán Shan Ahan.
A lo largo de la historia de la humanidad son también incontables los grandes monumentos que nacieron de la conmemoración de la victoria en la guerra. Usualmente estos monumentos no solo estaban dedicados a recordar una batalla, sino que servían para refrendar el poderío de los Dioses de sus respectivas culturas. Los cuales eran a fin de cuentas un reflejo simbólico del poder terrenal de los gobernantes que los erigieron.
El Partenón -templo consagrado a la Diosa Atenea en la Ciudad que lleva su nombre- fue erigido para conmemorar la derrota que los griegos le inflingieron a Dario y su ejercito persa en la batalla de Maratón.
El Panteón en Roma -el monumento más sorprendente del mundo en mi muy humilde opinión- fue iniciado por el Emperador Trajano y concluido por su sucesor Adriano. Al igual que el Partenón griego, el Panteón fue edificado para conmemorar las victorias militares romanas en Dacia. Y tal como su nombre lo indica, fue consagrado para honrar a todos los dioses romanos.
La lista es interminable. A manera de un último ejemplo, habremos de recordar que la Catedral de San Basilio en Moscú fue erigida por Ivan "el terrible" -el primer autoproclamado Zar (César)- para conmemorar su victoria sobre los tártaros y la conquista de Kazan. La misma fórmula se repite una y otra vez. Una victoria militar le otorga un inmenso poder al gobernante que edifica estos monumentos, los cuales utiliza tanto para recordar e inmortalizar sus conquistas, como para simbolizar la fusión de su tangible poder terrenal con el intangible poder divino. En el caso de la catedral de San Basilio, el Dios honrado es el Dios de la cristiandad.
Al final de cuentas, esta fórmula fue emulada una y otra vez a lo largo de la historia y de las barreras geográficas porque simple y sencillamente funciona. Ivan "el terrible" fue con toda seguridad un psicópata que inició su carrera arrojando animales vivos desde las murallas del Kremlin en su tierna infancia, solo para terminar asesinando a su propio hijo, en los últimos días de su vida. Gracias a su ilimitada megalomanía, y pese a su inmundicia moral, la Catedral de San Basilio se erige en la Plaza Roja de Moscú como un eterno recordatorio de su nombre y su legado.
Todos estos icónicos monumentos fueron erigidos por los gobernantes más poderosos que hayan existido en la historia. Sin embargo, el poder de Keops, Ramsés, Adriano o Ivan, ilimitado en lo terrenal, tenía las mismas limitaciones que cualquier otro mortal tras la muerte. Los grandes monumentos -así como el resto del arte que ha creado el ser humano desde que nuestros ancestros comenzaran a decorar sus cavernas con las pinturas rupestres- no son más que el perpetuo reflejo del miedo y la angustia que nos genera la muerte.
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En contraste a los grandes gobernantes de la Historia, que siempre han tratado de alcanzar intencionadamente la inmortalidad a través de la edificación de majestuosos monumentos, templos y tumbas, los grandes pensadores de la humanidad lo han hecho inintencionadamente, no en el plano físico, sino en esa arena intangible en donde habitan las ideas. Que también trascienden tras su muerte y les confieren a sus nombres no solo la inmortalidad, sino la posibilidad de brindar un legado de muchísimo más alcance que aquellos que han dejado tras su paso por este mundo incluso los más poderosos hombres y mujeres de la historia.
John Locke, Isaac Newton o Albert Einstein no dejaron monumentos físicos tras su muerte, ni los necesitaron para alcanzar su inmortalidad. Esta les fue conferida por las ideas intangibles que le legaron a la humanidad.
Los gobernantes erigen monumentos. Los pensadores proponen ideas.
Las ideas son inmortales precisamente por ser intangibles y no pertenecer a nuestro efímero plano terrenal, en el cual incluso las más grandes obras arquitectónicas del ser humano están condenadas por el tiempo a la destrucción.
Sin embargo, la inmortalidad de nuestro conocimiento esta condicionada a que nuestra especie nunca abandone la razón, ni deje de considerar nuestro acervo ideológico como nuestro más preciado tesoro.
Nuestra civilización sería profundamente distinta -para bien o para mal- si la Biblioteca de Alejandría no hubiera sido consumida por el fuego.
Nunca debemos olvidar que son las ideas las que transforman el mundo en el que vivimos.

1 comment:

ocredeus said...

Continuación del blog...
www.lostscripttum.blogspot.com
(Dos "t"s al final...)